viernes, 3 de julio de 2009

Por fin en casa

Por fin en casa. Después de una semana interminable en el hospital, Guapilinda regresó acompañada de su muñequita. Lo que debía haber sido el feliz momento de dar a luz, resultó una larga y dolorosa lucha. Ella aguantó todo con gran valor: El dolor, el miedo, el cansancio… Sólo quería que su hija naciera bien. El parto se complicó. La madre estaba dispuesta a someterse a cualquier cosa que los médicos decidieran necesario para salvar a su pequeña. No pedía nada para si. Pero cuánto habría agradecido una mirada de ánimo, o una palabra de apoyo. Todo fue tan frío… Una cesárea de urgencia. Los médicos y enfermeras escrupulosamente limpios y eficientes. No se le permitió ni un gesto de dolor, ni una queja. Si sólo la hubieran mirado a la cara unos segundos o apretado su mano para transmitirle un poco de cariño…
Unas horas después, en la soledad de su habitación y abrazada a su bebé, las lágrimas cayeron. Fue un torrente cálido, de sufrimiento contenido, de felicidad, de esperanza… Y él, que siempre estuvo a su lado las rodeó fuertemente con sus brazos. Nadie podría robarles ese momento…