Por fin en casa. Después de una semana interminable en el hospital, Guapilinda regresó acompañada de su muñequita. Lo que debía haber sido el feliz momento de dar a luz, resultó una larga y dolorosa lucha. Ella aguantó todo con gran valor: El dolor, el miedo, el cansancio… Sólo quería que su hija naciera bien. El parto se complicó. La madre estaba dispuesta a someterse a cualquier cosa que los médicos decidieran necesario para salvar a su pequeña. No pedía nada para si. Pero cuánto habría agradecido una mirada de ánimo, o una palabra de apoyo. Todo fue tan frío… Una cesárea de urgencia. Los médicos y enfermeras escrupulosamente limpios y eficientes. No se le permitió ni un gesto de dolor, ni una queja. Si sólo la hubieran mirado a la cara unos segundos o apretado su mano para transmitirle un poco de cariño…
Unas horas después, en la soledad de su habitación y abrazada a su bebé, las lágrimas cayeron. Fue un torrente cálido, de sufrimiento contenido, de felicidad, de esperanza… Y él, que siempre estuvo a su lado las rodeó fuertemente con sus brazos. Nadie podría robarles ese momento…
Unas horas después, en la soledad de su habitación y abrazada a su bebé, las lágrimas cayeron. Fue un torrente cálido, de sufrimiento contenido, de felicidad, de esperanza… Y él, que siempre estuvo a su lado las rodeó fuertemente con sus brazos. Nadie podría robarles ese momento…